La escena es pintoresca: una joven de rodillas va fregando el suelo como puede. Con ahínco rasca la sangre de las juntas de las baldosas, de la pared, de los pomos… Una semana antes, unos sicarios mataron a dos jóvenes en el interior del piso, en un barrio humilde de El Prat. Al primero le dispararon solo abrir la puerta, en el recibidor. El otro dormitaba en el sofá con su novia cuando le mataron. La novia, que había alquilado una habitación en el piso, recibió un disparo de refilón en el cuello, pero sobrevivió. Pasó en 2017 y fue el último episodio de una espiral de ajustes de cuentas entre narcos.
La dueña del piso tuvo que buscarse la vida, contrató a la joven limpiadora y entre las dos frotaron salpicaduras, tiraron muebles y pulieron azulejos hasta dejar el lugar habitable de nuevo. “Se suelen ocupar empresas privadas al uso de limpiar esas cosas”, explican fuentes policiales, aunque algunas ponen pegas. Como mucho, el policía de turno puede recomendar a alguien de confianza, si es que lo tiene, para ese tipo de encargos. Luego toca volver a vivir, a sentarse en el sofá, a cruzar el recibidor y a mirar la tele una tarde cualquiera como si nada hubiese pasado.
La mujer del piso de El Prat me contó en su día que se planteaba ir al psicólogo. Es difícil que un doble asesinato te deje como si nada, ni siquiera a los policías, que acostumbran a verlas de todos los colores. “Hay expresiones, miradas que no olvidas en tu vida”, dicen fuentes policiales. “El olfato es la memoria que más se mantiene”, coinciden varios investigadores. Con los años y la experiencia… “te acostumbras a no mirar a los ojos a una víctima, a no empatizar con ella, a no querer saber por qué le ha pasado lo que le ha pasado, cómo ha sido, qué ha sentido…”.
Y a pesar de eso, “a veces esas miradas vuelven en los sueños, te persiguen”. Trabajan con la cara más cruda de la realidad, con el material que podría surtir los infiernos. Los asesinatos como el de los jóvenes de El Prat son poco frecuentes, pero no es tan raro un accidente de tráfico con niños atrapados, un suicidio de un cazador que ha usado su arma en casa, o el padre que secuestra a su hijo, lo mata y después se suicida… “Acabas llorando con gente a la que no conoces de nada”, añade otro agente, sobre su trabajo. “Podría escribir un libro” es una frase muy repetida entre los policías.
Un repaso a los últimos títulos demuestra que muchos de ellos lo hacen. Marc Pastor, escritor y miembro de la policía científica de los Mossos, coge la realidad y la ficción en Els àngels em miren (Amsterdam) y las pasea por una Barcelona negrísima. La mossa Anna Choy elige a la violencia de género en Mañana puedes ser tú (Tibidabo Ediciones). Los periodistas Toni Muñoz en Solo tú me tendrás(Península) y Alfonso Egea con 29 balas y una nota de amor (Alrevés) recorren el crimen más rocambolesco de los últimos tiempos: el asesinato de Pedro Rodríguez a manos de su pareja, Rosa Peral, y su amante, Albert López. Los tres eran guardias urbanos. El también periodista Manuel Marlasca explica el caso del pederasta de Ciudad Lineal, Antonio Ángel Ortiz, en Cazaré el monstruo por ti (Alrevés).
Anna tiene 13 años y mira desde el público con admiración a su padre, José Barroso. Él es uno de policías que ha participado en el libro Mossos d’Esquadra. Els casos de ficció (Alrevés). Se presentó con ilusión al concurso de relatos que convocó la institución y todavía le cuesta creer que su cuento resultase uno de los 14 elegidos. Una historia de robos en casas, ese tipo de delito clásico en España (107.012 el año pasado). “Pura invención”, asegura Barroso sobre su cuento, después de la rueda de prensa en la que se ha presentado el libro. Con el apoyo de la Generalitat, y coordinado por otro mosso y escritor, Rafa Melero, la intención es que el ciudadano pueda extraer consejos de seguridad. Anna ha aprendido algo muy básico al leer a su padre: hay que echar la llave al salir de casa, no vale solo con cerrar la puerta.
La narración de desgracias humanas, los siempre criticados sucesos, acostumbran a tener éxito, da igual en qué formato. Son fuente de información y de inspiración. ¿Pero, por qué? No recomiendo a un periodista de sucesos preguntar mucho al entorno: hay riesgo de deprimirse. “Vamos al cine o al teatro para emocionarnos con las desgracias del prójimo, incluso con violencia de todo tipo. Leemos con pasión relatos de hechos horribles, sean A sangre fría, de Truman Capote, las crónicas de Vasili Grossman durante la Segunda Guerra Mundial o las odas romanas a la aniquilación de Cartago”, escribe el periodista Cristian Segura en su libro La sombra del ombú (Lectio Ediciones). Y recurre al filósofo David Hume para hallar una explicación: “La pasión puede provocar dolor de manera natural, incluso si se la excita con la simple presencia de un objeto real. Pero si esta pasión es pulida, suavizada y apaciguada, trabajada por las artes más delicadas, entonces se convierte en el más elevado de los entretenimientos”.
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