Roca Rey es un torero bendecido por el público valenciano, que se ha rendido a sus pies de forma incondicional. Ya puede suceder lo que suceda, bueno o regular, que al joven torero peruano se le celebra todo. Su paso por Valencia es siempre como un vendaval, porque Roca responde con las armas de un toreo fresco, arrojado, personal y versátil. Torero capaz de conseguir que lo superficial se convierta en lo fundamental de sus faenas, como sucedió en esta corrida y como ha sucedido en tantas otras.
Sus dos toros fueron como sendos juguetes en sus manos. Apropiados para facilitar el triunfo, con los que hizo y deshizo como quiso, cuanto quiso y cuando quiso. El primero de su lote, tercero de la corrida, fue un torillo de escasa presencia -como el resto-, una piltrafilla de flojera manifiesta, que pasó por varas en medio de un simulacro de tercio, pero que a la gente se lo trajo al pairo. El toro era lo de menos; lo importante, Roca Rey. Y ahí estuvo. Desde los dos primeros cambiados por la espalda, en combinación con otros tantos por alto, hasta el circular invertido final con los malabarismos y efectos especiales en plena explosión. En medio, una faena en la que las series, la mayoría con la suerte descargada, resultaban incompletas porque al torillo aquel le costaba un mundo tomar el engaño. Y un inspirado “pase de las flores” muy ajustado. Un bendito el toro; y una faena bendecida por el tendido. Muy larga esa faena, tanto que el primer aviso llegó cuando aún estaba toreando. Al pinchazo le siguió una estocada a “topa carnero”, como se decía antaño.
Pero aquel tercero no era más que el aperitivo de lo que vendría en el quinto. Toro más largo de hechuras, pero también limitado de presencia. Ya con el capote Roca tocó a rebato y la faena la levantó con unos estatuarios fuera del tercio, casi en los medios, que presagiaban la traca que fue esa labor. Siempre muy plantado, ideas claras, aprovechó y exprimió la bonanza del toro. Esta faena tuvo también mucho escaparate, pero también retuvo una mayor consistencia. Más sólida, en fin. Y llenando la escena con paseos entre serie y serie, recreándose, que ponían a la gente a punto de caramelo. Lo mejor de lo mejor, una serie con la derecha en redondo, bien enganchada y muy enroscada. Para remate metió en la coctelera una combinación de cambiados a una mano y unas manoletinas con el desprecio final de notable ceremonia y ejecución. Y una estocada, a capón, algo baja, desató el delirio.
Jesús Chover recibió al toro de la alternativa de rodillas y a porta-gayola. Le salió limpio el trance, como también un quite por chicuelinas y dos medias de colofón. Puso voluntad en banderillas, aunque la colocación de los palos no fue la mejor. Y al buen y noble toro lo toreó templadito. Unos naturales a pies juntos puntuaron. Resolvió la papeleta, aunque no arrebatara. La estocada le quedó baja y el posible premio se esfumó. Volvió a marcharse a la puerta de toriles para recibir al sexto y la larga cambiada salió otra vez de notable. En banderillas la fortuna no fue su aliada y con la muleta la enorme voluntad que puso se mezcló con cierta precipitación. Cosas de los nervios.
Los dos toros de El Juli, además de ser, como el resto, impropios de una plaza de primera, no le dejaron estar. O no se entendió con ellos. Su primero salió del caballo hecho unos zorros, para ser en la muleta un fantasma de toro con media embestida y cero emoción. Al cuarto no se sabe lo que le verían, pero lo masacraron en varas y lo dejaron ya para el arrastre. Los intentos de El Juli fueron inútiles y la gente pidió que acabara con aquel sinsentido. En el pecado llevó la penitencia. Tarde muy gris del madrileño.
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